Un estudio no solicitado por nadie ha confirmado lo que todo el mundo ya sospechaba: los vecinos de Badalona solo se comunican entre ellos cuando ocurre una catástrofe que interrumpe el suministro eléctrico o amenaza con volar el edificio por los aires. El resto del año, la convivencia se basa en ignorarse mutuamente con la precisión de un reloj suizo.

Ayer, tras el apagón que sumió a media ciudad en tinieblas, se vivieron escenas insólitas: vecinos que llevaban años compartiendo rellano descubrieron por primera vez el nombre del otro. “Se llama Mari Carmen y no María Jesús, como yo pensaba. ¡Y tiene gato, no perro!”, exclamaba atónito un señor del quinto, aún con la linterna del móvil en la frente.

“Normalmente ni los buenos días”, comenta una vecina de toda la vida, “pero en cuanto se va la luz, bajamos todos a la calle como si fuéramos una comuna hippie de los 70. Yo ayer hasta abracé a uno del tercero, imagínate el nivel de desesperación”.

El fenómeno ha sido bautizado por sociólogos aburridos como Comunicació Esporàdica Il·luminada (CEI), y al parecer tiene una explicación científica: sin luz, sin tele y sin Wi-Fi, la única opción de entretenimiento es mirar a otro ser humano a los ojos y… hablarle. Un horror.

Desde el Ayuntamiento ya están estudiando repetir apagones controlados una vez al mes “para reforzar el tejido vecinal”, aunque se baraja la opción de sustituirlos por simulacros de terremoto o avisos falsos de fuga de gas. “Lo importante es que la gente hable”, explicaba un técnico municipal mientras buscaba cobertura junto a una ventana.

Y así, mientras la electricidad sigue encendiendo nuestras casas, las relaciones humanas solo prenden cuando todo lo demás se apaga.